Cubanabooks

Reseñas en español

El castigo (1966)

Cuentos antes y después del sueño (1999, 2008)

Cambio de vida (2002)

Entre latidos (2006)

Los rostros (2009)

Vendedor de cabezas(2010) 


El castigo (1966)

Garrandés, Alberto.  "Por detrás de lo real" [en línea].  "Artículos". "Fabulaciones".  Cubaliteraria.

El castigo, de Esther Díaz Llanillo, expresa una convicción inteligente acerca de lo literario y se adentra en un territorio que entonces ya empezaba a ser demasiado mental, demasiado artificioso

La tradición contemporánea del relato fantástico en Cuba tiene un momento de particular importancia en El castigo (1966), de Esther Díaz Llanillo, cuaderno de cuentos —breves algunos, extensos otros— en los que resulta posible ver un registro singular de situaciones extraordinarias, fuera de lo común, o derivadas de una torcedura impuesta a lo real. Se trata de la primera publicación de Díaz Llanillo y son notables los desniveles de calidad e intensidad de sus narraciones —efectos acaso de una configuración estilística infraguada, muy temprana—, aunque es lícito decir que algunas piezas de El castigo revelan la presencia de una marca expresiva y de determinado grado de eficacia (eficacia discursiva, quiero decir) detectable allí donde algunos textos alcanzan a poseer una simetría perentoria para activar uno o dos mecanismos de lo fantástico. 

La nota de contracubierta del libro, preparado por Ediciones R, nos invita a tomar en consideración que tal vez la alquimia de algunos relatos incluidos allí estuvo precedida o acompañada por dos estudios de presumible influjo en la conformación —o autoconciencia, para ser más preciso— del discurso de Díaz Llanillo: un ensayo sobre la narrativa de Alfonso Hernández Catá y una tesis doctoral sobre los cuentos de Jorge Luis Borges.

Podemos suponer, aunque no aquilatar con exactitud, cómo se emulsionaron dos sistemas literarios tan disímiles dentro de la entonces muy joven sensibilidad literaria de Díaz Llanillo. Ambos, Borges y Hernández Catá, surgen bajo la vasta aura del modernismo y se separan frente al horizonte de las vanguardias. Por ejemplo, las lecturas del primero son inglesas, muy lógicas y muy filosóficas, mientras que en el segundo se adivina la huella de ciertos prosistas franceses finiseculares y de la meditación positivista. Y aun cuando gustan de universalizar sus entramados desde la óptica de un cosmopolitismo con mucho encanto, ambos también posan la mirada en lo telúrico y condescienden a dialogar con asuntos y personajes que constituyen marcas de lo nacional.

Resultaría muy interesante detenerse en ese tópico, pero los atractivos de El 

castigo son más seductores y puntuales. Allí, en los años sesenta, y en medio de una disputa más o menos silenciosa por la legitimidad de la ficción narrativa (en tanto fabulación abierta) y sus géneros laterales (en especial luego de la repetición indiscriminada de una pregunta: ¿cuál es la función de la literatura?), el libro de Díaz Llanillo expresa una convicción inteligente acerca de lo literario y se adentra, con esa intrepidez de las pertenencias que no se abandonan nunca, en un territorio que entonces ya empezaba a ser demasiado mental, demasiado artificioso, de acuerdo con algunas concienzudas teorías de ocasión sobre el compromiso del texto y la implicación de su autor en la historia. El segundo lustro de la década de los sesenta subraya el fin de una época y el inicio de otra. Y también indica, contemplado a la distancia de tantos años, que en ese espacio del tiempo se compendiaron, recapitularon y arreglaron las diversas transiciones de una sensibilidad a otra, de un sentido de la cultura a otro. Porque, bien miradas las cosas, la verdadera congruencia entre la torpe política cultural revolucionaria de aquellos años y los textos narrativos empezó aproximadamente a partir de los años setenta.

En un expediente sobre lo fantástico que publicó la revista Quimera (n. 218-219, julio-agosto de 2002), hay un ensayo de Jean Bellemin-Noël que se adentra en las relaciones de ese mundo con el inconsciente. Allí Bellemin-Noël nos habla de ciertas escenas o momentos del pasado, o de aquello que juzgamos lo real del pasado, y nos dice que la imaginación construye momentos mediadores capaces de abandonar lo ilusorio para responder ciertas preguntas inquietantes, o solucionar ciertos enigmas que rodean y condicionan nuestra existencia. En otra parte de su disquisición leemos que el relato fantástico se alimenta a menudo del equívoco sugeridor, de segmentos vitales asignados a la fluencia de lo real y que, sin embargo, no son sino lagunas que la imaginación intenta llenar ante la amenaza de lo extraño y lo incomprensible.

Curiosamente, algo de esto sucede en dos narraciones que me parecen esenciales para calibrar la eficacia discursiva de El castigo. Allí tenemos textos de substrato parabólico, artefactos lógicos, o divertimentos que conjugan la frialdad del cálculo con el acaecimiento del absurdo, pero también topamos con “La venganza” y “La amenaza”, dos historias instaladas en la realidad cotidiana de lo doméstico, un dominio trascendido y quebrado gracias a la perspectiva de quienes narran: dos mujeres que, en primer plano, se desempeñan como sujetos agredidos por determinados hechos reales, pero que, en el fondo, representan comportamientos paranoicos (de hiperarticulación).

Los relatos a que me refiero son importantes porque se atienen a un envoltorio fantástico, elaboran o diseñan un acontecer fantasmático —lleno de incertidumbres lingüísticas y de modalizaciones que revelan la existencia de un narrador no confiable— y dependen del gótico en tanto efecto de la torsión de lo muy cotidiano, de lo muy común. Sin embargo, resultan historias significativas debido al hecho (central en muchas narraciones fantásticas) de que ese envoltorio, ese acontecer y ese efecto gótico tienen su origen en un problema familiar ligado al no decir y al circunloquio y que, asimismo, se desea ocultar bajo diversas capas de hechos disuasivos, como si sus custodios hubieran determinado, consciente o inconscientemente, edificar una estructura adyacente en forma de señuelo. 

En “La venganza” lo determinante, el núcleo invisible, podría ser una atmósfera que no se quiere abandonar, pues representa el residuo básico de un estilo de vida venido a menos y que, en rigor, está muy relacionado con esas actitudes conformadoras de la vivencia aristocrática, según lo que podemos entender por aristocracia en esas mansiones habaneras de los años cuarenta y cincuenta, habitadas por representantes de la clase media-alta. Sin embargo, una muerte —la del ubicuo Charlie, hombre que se prodiga en el éxito— y una añoranza que va del dolor auténtico a la frivolidad más escandalosa, sirven a la narradora-protagonista para darle curso a la impregnación fantástica, que llega a graficarse mediante las apariciones del fantasma de Charlie, seguidas por la consecuente investigación de los hechos.

En “La amenaza” el dilema de fondo es más sutil y posee un desarrollo constantemente accidentado a causa de actitudes y hechos que se comportan como las salidas en falso de un juego, o como los corredores ciegos de un laberinto. Leticia —la narradora— y Frida son dos muy jóvenes hermanas. Ambas han crecido separadas (no se nos dice por qué) y se ven esporádicamente. Por un momento, antes de morir, la madre pronuncia una advertencia ominosa que compromete sus vidas y que tiene, sin embargo, un sentido más bien oscuro. Un día, cuando ya las dos hermanas viven juntas, un hombre se presenta en la casa y sucesos violentos, de ambiguo significado, tienen lugar. No sabemos si ha habido un forcejeo erótico (con Frida), algo tan específico y también tan general, o si confundimos simplemente el aspecto sinuoso de esa circunstancia —que puede representar la llegada de una extraña figura paterna, o el advenimiento de un desconocido amante de la madre— con otra cuestión más esencial. Lo cierto es que, al parecer, un hombre se ha presentado para reclamar algo; tal vez seguía desde antes, por una razón que se nos oculta, los pasos de Frida, que es una mujer independiente, vigorosa y bastante determinada. Las hermanas huyen, se mudan varias veces y acaban al servicio de un francés que les da protección y empleo. Al final, el desconocido vuelve a rondarlas y Leticia lo sigue y consigue matarlo con una daga del francés. Entonces Frida se marcha como si tal cosa, desaparece de su vida.

¿Qué ha sucedido? Todo y nada. Las claves para comprender el sentido de esa historia de obsesiones (que me gusta porque se expresa por medio de un discurso exhausto y restrictivo) se encuentra en el pretérito de la realidad textual, y es suficiente, así, para que aparezca el misterio de una presencia incansable, una especie de predador del alma, del que no se puede escapar salvo por medio del asesinato. En el desenlace, cuando Leticia le da vueltas al cuerpo para ver su rostro, este desaparece de su memoria y ya no es capaz, ni siquiera en ese instante, de recordarlo. La ocultación y la incógnita siguen allí, ante sus ojos y en su vida entera.

Es obvio que “La amenaza” detenta un trasfondo psicológico de gran densidad, y que en la relación de las hermanas —Leticia cultiva el retiro, pero es valiente y cuenta con un mundo interior; Frida es abierta, arregla incluso sus propias citas, pero es timorata y frívola—, sin descartar el extraño vínculo de ambas con su madre, se funda quizás la racionalidad que ansiamos para explicarnos lo que sucede. Sin embargo, un acontecer fantasmático hace que algo simplemente atroz, o simplemente banal —como diría Borges—, adquiera una viscosidad 

inquietante al bordear un enigma que equidista de lo terrorífico y lo fantástico, en una de las mejores narraciones de su tipo entre nosotros.

Haz llegar tu opinión al autor a: garrandes@cubarte.cult.cu


Cuentos antes y después del sueño (1999, 2008)

Cuentos antes y después del sueño  (2ª Edición)

Presentación por radio

Febrero 8, 2008, CMBF

Esther Díaz Llanillo

Cuentos antes y después del sueño es un libro que contiene 19 narraciones organizadas en dos partes: En la primera parte, o sea: en los Cuentos antes y después del sueño, se incluyen 9 relatos que escribí en la década del 50, y se publicaron en 1966 bajo el título de El castigo. En la segunda parte, o sea, en los Cuentos antes y después del sueño, hay 10 relatos escritos en la década del 90.

Cuentos antes y después del sueño se editó por primera vez en 1999 por la editorial Letras Cubanas, la cual publica ahora esta segunda edición. Es un libro de relatos en su mayoría fantásticos, imaginativos, donde se cruzan el mundo de lo real y de la irrealidad, en una atmósfera a veces de angustia y evasión, y en otras, de humor negro y horror.

Sus finales son inesperados. Sus personajes están sometidos a amenazas desconocidas, a dudas y a hechos imprevistos.

Muchos de estos relatos han sido incluidos en antologías y revistas dentro y fuera de Cuba, y se han traducido al inglés y al danés. Entre los más difundidos está el cuento “Anónimo”, que aparece en la primera par te del libro, donde lo fantástico roza lo policial. Y La tía, que inicia la segunda parte, donde se incluyen elementos parapsicológicos.

Esta segunda edición de Cuentos antes y después del sueño reúne de nuevo estos relatos fantásticos donde se cruza el mundo real con el de la Otredad.

***

María Elena Llana: Presentación del libro Cuentos antes y después del sueño, de Esther Díaz Llanillo,

Feria Internacional del Libro, La Habana, el 8 de febrero del 2008.

Publicada como reseña en:

Llana, María Elena.  “Del sueño y la complicidad.”  La Letra del Escriba (La Habana) (67):12, marzo  2008.

  Sobre la segunda ed. de Cuentos antes y después del sueño.

   Nos encontramos nuevamente ante el inquietante acto de presentar un libro de Esther Díaz Llanillo, narradora cuya producción literaria se inició en 1966 con su libro El castigo (Ediciones R), al que siguió la irrevocable decisión de abandonar la literatura.

  Pero como la literatura no estaba dispuesta a dejarla ir, así como así, hubo un reencuentro, en 1996, al publicarse la antología de mujeres narradoras Estatuas de sal. Paradójicamente, esas estatuas, pese a la inmovilidad que las caracteriza, o debe caracterizarlas, fueron el fiat lux para que Esther echara a andar nuevamente por senderos que, desde siempre, le fueron propicios.  

   De este feliz reencuentro, surge Cuentos antes y después del sueño publicado en 1999, por la editorial “Letras Cubanas” a cuya segunda edición asistimos hoy. En el 2002 apareció Cambio de vida, también en Letras Cubanas,  y en el 2005, Entre latidos, con el sello de Ediciones Unión. Cambio de vida está integrado por dos cuadernos que ganaron mención en el Premio Alejo Carpentier en los años 1999 y 2000, respectivamente.

   Puede decirse que, formalismos aparte, lo que seduce en la prosa de Esther Díaz Llanillo, analizada con cierta distancia criticista, es su facilidad para crear anécdotas que, partiendo de un concepto minimalista –la rutina hogareña, la soledad de la mujer que envejece, los diarios aconteceres oficinescos-- se van enredando con misteriosas sustancias que trasmutan el simple hecho cotidiano en materia alarmante. Porque sus cuentos poseen una especie de latido interior capaz de imantar al lector y obligarlo, --si, obligarlo-- a llegar al punto máximo para cualquier escritor: el punto final.

   Así, leemos en “La amenaza”: A veces nos asaltaba el temor de que estuviera esperándonos detrás de la puerta de entrada, bajo la cama, parapetado tras los muebles. Era un temor infantil y hasta risible si no hubiera sido tan angustioso y desolador”.

   En este cuento nos topamos con uno de los resortes narrativos de Esther: hay “una amenaza” planeando sobre los personajes y sobre el texto, pero se diluye en el acto mismo de esquivarla, como si la autora, más que redondear una anécdota, prefiriera crear un estado de ánimo. 

  La fecundidad de Díaz Llanillo en el logro de los temas es un aspecto que, en ocasiones, le deja al lector la impresión de que desperdicia sus anécdotas. Es cuando despacha la narración en un par de cuartillas y se queda tan tranquila.

   No obstante, como en el acto de leer las respuestas solo se encuentran leyendo, no tardamos en topar con guiños en que la autora parece decirnos: “sé perfectamente que esto daba mucho más, pero a mí me gusta así, y el cuento, al menos mientras lo escribo, es mío”.

  Un ejemplo lo tenemos en “No moriré del todo”, una narración de apenas treinta líneas, que recrea la teoría de que el recién fallecido sigue percibiendo lo que ocurre a su alrededor durante un tiempo equis. En medio de la descripción de la cámara mortuoria, entre llantos y rezos, una línea nos informa que “la esposa conversa animadamente con el abogado”. ¿No es una forma de decir “esto tiene muchas posibilidades, pero a mí no me interesan”? Y no cuesta trabajo entender, y agradecer que no le interese extenderse. Porque el lapidario final de este cuento explica por qué la autora tenía tanta prisa en llegar a él.

  Esther se ubica entre las cultoras de lo fantástico en Cuba, pero en general resulta difícil enfrentarse a un libro que se nutra únicamente de lo irreal o técnicamente imposible. Y este no es una excepción, pues sus personajes, o bien se debaten en atmósferas enrarecidas por “otras” presencias o yacen atrapados en sus propias circunstancias sicológicas.

   Por otra parte, las situaciones pueden inscribirse en el absurdo, algunas veces francamente kafkiano (“El castigo”), el humor negro (“De todo un poco”),  la crueldad (“Tin – Tan”), lo policíaco (“La pagoda”), por citar algunos.

   Incluso esta colección nos brinda, en “La ventaja”, una muestra de narración realista a la altura de la mejor tradición del género, realzada por la “otra vuelta de tuerca” de un final trágico que revierte la situación esperanzadora enunciada en el título.

   Y junto a las anécdotas que parecen inextinguibles en esta autora, está su forma específica de construir el relato, un poco sorpresiva en cuanto a mantener cerrados secretos o a destejer prolijamente las situaciones.

   Son frecuentes los momentos de alto logro escritural, como en la descripción de Landrove, un personaje, al parecer secundario, cuyas intenciones solo podemos suponer. De él nos dice que lleva “una extraña sabiduría reflejada en el rostro, como si todas las experiencias amargas de la vida hubieran desfilado por su carne y él tuviera el secreto de todas ellas”.

   En “La trampa”, la mujer que espera al amante, con sentimientos encontrados, “adivina la cama, arreglada y precisa, como una tumba abierta”. 

   No faltan cautivantes descripciones de lugares: “Aunque era de día, las luces estaban encendidas y el mullido cojín de los asientos se proyectaba contra ellas golpeándolas con un rojo púrpura que producía un deslumbrante efecto de oropel”. Como vemos, aquí los objetos dialogan entre si.

   Cuentos antes y después del sueño, integrado por diecinueve títulos,  contiene un relato antológico, “Anónimo”, en el cual Esther no logra ocultar su faceta de niña terrible y se descubre  jugando a la detective, cuando nos dice que el misterio se logró aclarar “por sugerencia mía”. Y, aunque en ningún momento antes se ha asomado al texto, el hecho nos parece natural, como si siempre hubiéramos sabido que ella estaba allí.

   Este entendimiento autora-lector, llega a la complicidad en “La venganza”:  un hombre muerto quince años atrás, cuya viuda se empeña en verlo a su lado, para enojo de toda la familia. La narración, en este caso más larga, describe una soledad elegante, poética, en la cual se alternan las posibilidades de lo irreal con las deducciones más racionales. Y logra interactuar con el lector hasta hacernos desear que Charlie realmente esté junto a ella, algo así como pactar con la escritora, a espaldas de la parentela.

      A lo largo de estos cuentos vamos a encontrar personajes que nos parecen conocidos de alguna parte: el ama de casa rebelada contra la tiranía familiar que acaba echándole a las comidas una sustancia muy especial, el hombre que sueña con un techo reparado que le permita oír el tintineo de la lluvia afuera y no adentro de su casa, la acción delictiva de un matrimonio que asesta “el gran golpe” a un refrigerador lleno de jamones y quesos. 

   Y, además, narraciones metafóricas, (“La torre de marfil”) con el sesgo interpretativo de los simbolismos; simpáticas propuestas como la fumigación contra los hombres de “El día en que los ácaros tomaron la biblioteca”. Y la sabia elaboración sicológica de un cuento como “La Tía”, cargado de complejo de culpa, o cargo de conciencia, para estar a tono con el medio familiar donde se desarrolla. Este relato logra un final sencillamente magistral, del que no vamos a hablar porque ya tenemos el libro esperando por todos.  


Cambio de vida (2002)

Cambio de vida Autora: Esther E. Díaz Llanillo

 Libro de cuentos fantásticos. Editorial Letras Cubanas. La Habana, Cuba 2002.

(Tomado de la contraportada del libro publicado por Letras Cubanas)

El presente volumen reúne los cuadernos “Cambio de Vida” y “Regresión” que obtuvieron Mención en el Premio Alejo Carpentier de Cuento en 1999 y 2000, respectivamente. Los cuales aparecen organizados en el libro en PRIMERA PARTE (con 20 cuentos) y SEGUNDA PARTE (con 19 cuentos).

Se trata de relatos que, mediante una aparente sencillez temática, narrados con lenguaje ameno, develan el trasmundo de lo inverosímil, donde lo evidente se torna desconocido y lo imperceptible cobra matices de alarmante peligrosidad. Los amantes del suspenso, la parapsicología, la metafísica y los laberintos inexplorados de nuestra prodigiosa realidad encontrarán en este libro una lectura de fantasías que funde lo cotidiano con lo trascendente y que, de seguro, despertará profundas y perdurables sensaciones.

***

Yáñez, Mirta.  « Cambio de vida y otros fantasmas (con coda)».  La Letra del Escriba (La Habana) (25):14, marzo-abril 2003.

Yo no había cumplido todavía los veinte años cuando descubrí, publicado en la legendaria colección de "Cuadernos R", el libro El castigo (1966) que reunía las escalofriantes y atrevidas narraciones de una —entonces joven— autora, Esther Díaz Llanillo. Por aquella época yo había ido digiriendo una buena tajada de literatura fantástica y del absurdo: entre los cubanos Aquelarre de Ezequiel Vieta y Circulando el cuadrado de César López; también, claro, Kafka, Cortázar, Arreola, Lovecraft... todo un empacho de buena literatura alucinada.

            Así que no era una lectora inocente. Y de repente me maravilló aquel hallazgo de la para mi desconocida escritora que escribía sobre el espanto residente en cualquier ser humano, inserto en nuestra cotidianidad, con una cubanidad desasida de la tojosa y de la maraca, esa cubanidad esencial reconocible, en un entorno de universalidad y erudición.

            Cada época literaria tiene sus clarooscuros y también sus tonos extremos. En aquella década inefable, en un extremo estaba la literatura dícese que épica y a veces de un chato realismo que ya sabemos lo que dio, y del otro lado las huestes virgilianas que descendían junto al Dante a los infiernos. Y en este extremo estaba Esther, no sola, pero muy bien acompañada, con sus pequeños horrores, sus sutiles variaciones de la literatura llamada entonces “de la crueldad”, sus sorprendentes hallazgos, por ejemplo en aquel cuento llamado “Anónimo” que no en vano se convirtiera en uno de los más antologados —en especial dentro de aquella célebre Antología de cuentos cubanos de lo fantástico y lo extraordinario, de Rogelio Llópiz publicada en 1968—, cuento que en gran medida condensó el tono, dentro de esa tendencia extremosa de la época, de la mirada cubana al planteamiento de la ambivalencia entre el bien y el mal, del Dr. Jekill y Mr. Hide, del ámbito de lo mediocre conviviendo con la genialidad, el oficinista y el monstruo, los dos seres compartiendo en solo cuerpo, las dos mitades del vizconde cubaniche.

            Esther Díaz Llanillo pertenecía pues, con todo derecho, a uno de los extremos, al maldito, el que poco después se silenció.

            Pero antes de desaparecer del panorama literario, la autora había dejado unos cuantos cuentos para no olvidar, una tesis de grado sobre Jorge Luis Borges (naturalmente), un ensayo sobre el arte de novelar en Hernández Catá, y había obtenido un premio en 1960.

            Muchas veces he contado esta anécdota, pero nunca la había escrito: cuando Marilyn Bobes y yo empezamos a preparar la antología Estatuas de sal chocamos con muchos que, eufismistíacamente, voy a llamar “obstáculos”. Algunas de esas historias las dejaré para contarlas en mis futuras memorias ya desde ahora pienso que casi impublicables. La historia de Esther, aunque sobrecogedora, ha tenido un final feliz. Treinta y tres años después de haber leído el cuento “Anónimo” yo no lo había olvidado y quería —queríamos— que aquella desvanecida autora no faltara en la antología. Pero NADIE de aquellos a quienes preguntamos —y lo apunto con mayúsculas y callo nombres de algunos notables críticos— supo decirnos qué había sido de aquella escritora que tanto prometía. 

            Lo que había pasado en todo ese tiempo en la cultura cubana era de todos sabido y aunque a veces quería pasarse la hoja, algunos no lo hemos olvidado. Olvidada sí estaba Esther Díaz Llanillo, dada por perdida, por abandono, ausencia o lejanía. El día del lanzamiento de Estatuas de sal, en primera fila estaba una tímida señora, que para nuestro sobresalto y como un personaje de sus propios cuentos, aparecida como un fantasma se nos presentó como Esther Díaz Llanillo. El pequeño drama consistía en que mientras nuestra vidilla literaria seguía su transcurrir con congresos, ediciones, premios, ferias y otros artilugios, Esther Diaz Llanillo había permanecido como anónima bibliotecaria de la Biblioteca Central de la Universidad de la Habana. También como un personaje de Borges ella estaba recluida en una biblioteca fraguando sus atrocidades, sus horrorosas historias, a pesar de su rostro benévolo y su apariencia de abuelita que teje tapetes.

            Esther ha llamado “un sueño” a esa etapa, a esos años que no fueron un quinquenio, como se pretende reducir la mediocridad de una larga etapa, ni dos, ni aún tres ni cuatro, en ese intervalo que podía haber sido para siempre, la escritora soñó sus cuentos supongo, pero no los escribió. Hasta aquel día, después de Estatuas de sal —para satisfacción de Marilyn Boves y mía—, en que se desbordó de nuevo su fantasía creadora. Poco tiempo más tarde, Esther entregaba una colección de cuentos a la editorial Letras Cubanas que tuvo el tino de aceptar la diferencia. En realidad cuando por fin salió publicado en 1999 el nuevo volumen y leí su libro Cuentos antes y después del sueño yo misma perdí el sueño porque estaba atrozmente bien escrito, no se le había oxidado la mano y seguía siendo un ejemplar raro, distinto en medio del panorama literario. Si ya lo anterior no fuera demasiado pedir era además fantasía de primera mano y no tomada en préstamo ni siquiera con el pretexto de los modernos plagios que suelen ser consentidos bajo la argucia de la posmodernidad, y de vez en cuando un ramalazo de lección de vida con ese estilo sobrio donde se asienta soterradamente el terror, a veces leve, casi nunca explícito. Ese estilo suyo que, como todo lo genuino, ya tenía su vocecilla reconocible en aquellos tempranos años de 1960, y que ha perdurado en su obra posterior.

            Según Borges, la literatura fantástica es de las pocas que debieran salvarse de un segundo diluvio. La literatura cubana ha pasado varios diluvios y por fortuna, los cuentos de Esther han quedado a flote. Y ahora ha salido de la imprenta Cambio de vida, su última colección de cuentos que en realidad son dos, “Cambio de vida” y “Regresión”, que cumplieron la meritoria hazaña de obtener ambos mención en dos sucesivas versiones  del concursos de cuentos Alejo Carpentier, y con ¡libros distintos!, algo fuera de lo común en nuestros predios donde los jurados se ven obligados a leer el mismo libro en quince concursos diferentes, a todo lo largo de la isla y durante ocho o diez años sin que el autor le mejore ni una coma. Una hazaña que nos debe poner a pensar no sólo en cuestiones estéticas, sino también en las éticas.

            Por supuesto, el desconcierto ante la fantasía de los cuentos de Esther Díaz Llanillo, a veces ha resultado demasiado perturbador para los dinosaurios que, aunque nos despertemos de los sueños, lamentablemente todavía siguen ahí.... o para sus pichones, cuyo rechazo ante cualquier otra tendencia que no sea la suya, se empeña en desautorizar aquello que no les pasa fácil por las entendederas, en el fondo ignorancia e incultura que se escamotea en la barahunda de palabrejas y novelerías a las que siempre somos muy dados los cubanos, eso que el conflictivo Unamuno llamaba “tecniquerías”. Un escritor no está obligado a conocer teoría literaria, pero cuando va a ejercer como crítico, como editor o como jurado, entonces es inaceptable que se escude en frases diz que ingeniosas o en descalificar un libro con un mero "no me gusta". Afirmar que "un libro me gusta o no me gusta" debe quedar para el recinto doméstico, mas cuando se sale a ejercer la literatura con responsabilidad hay que estar dotado de los conocimientos imprescindibles y dominar el instrumento crítico.

            Por fortuna, nada ha hecho desaparecer a los lectores, que siguen ahí, fieles a los libros que entretienen, enseñan y nos revelan la naturaleza humana, sean de las tendencias que sean, siempre que haya talento. Lectores a quienes se entrega ahora esta atractiva edición de Letras Cubanas que reúne las dos colecciones de los nuevos y laureados cuentos de Esther Diaz Llanillo.

            En Cambio de vida hay talento, erudición, gracia, dominio del lenguaje, un estilo propio, una cubanidad esencial que se aleja de la inmediatez, aunque sin dejar de tomarla en cuenta. De Edgar Allan Poe, Esther Díaz Llanillo dice aceptar el horror, de Kafka la alucinada atmósfera, de Borges el gusto por la adjetivación sugerente, las enumeraciones contradictorias y el enfoque intelectual. Yo añado: y el absurdo de Ezequiel Vieta y de Virgilio Piñera, aunque sin la enloquecida dislocación de la anécdota del primero ni la socarronería del segundo.

            El punto común que tienen todos los escritores que antes mencioné es lo pesadillezco. La pesadilla de la existencia. En los cuentos de Esther nos vemos arrastrados a los potenciales horrores bajo los dramas aparentemente triviales de la vida real, la vejez, la soledad, la violencia, la enfermedad, el dolor, el castigo, la pérdida de la identidad, desplazados hacia un mundo irreal en que nos convoca el narrador. Desde los primeros cuentos, hasta los de hoy está la pesadilla, y en los últimos también un humor que unos llaman negro, pero que en todo caso no es el de la carcajada fácil, el del pujo trivial y pasajero a que nos han sometido algunos cuentos y guiones de la actualidad cultural cubana. La sonrisa que provoca Esther es la de dientes apretados y propugnando la reflexión. Y también, y quizás por ello algo incomprendida y trasladada del merecido premio a las honrosas menciones, es su densidad filosófica que se enajena del discurso barriotero, ese falso realismo vulgar —que algunos críticos por asociaciones desvinculadas de las categorías estéticas quieren catalogar como sucio— esa cierta  narrativa que se reitera de uno a otro autor como si se tratara de uno solo, imposibles de individualizar por tantas semejanzas, y con  una densidad de groserías tan falsa y mentirosa como un edulcorado lenguaje de novelita rosa.

            En un curioso libro de Salvador Dalí, el desafiante artista les espetaba a sus colegas la siguiente recomendación: “Pintores, no temáis a la perfección. ¡Jamás la alcanzaréis! Si sois mediocres y hacéis esfuerzos para pintar muy, muy mal, se verá siempre que sois mediocres.!” Pienso que esta frase pudiera adaptarse a buena parte de lo que quiere venderse como literatura cubana finisecular: señoras y señores escritores, no teman a la perfección, dejen de hacer esfuerzos para escribir mal, siempre se verá que son mediocres. Por otra parte, ese libelo de Dalí también hacía una alerta a los críticos que se dejaban deslumbrar, engañar en definitiva, por una falsa pintura moderna, por lo que en literatura Unamuno hubiera catalogado como “tecniquerías”, y los llamaba, con gracia aniquiladora, “los cornudos del viejo arte moderno”.

            Aquí, en Cambio de vida, están los fantasmas de Esther Díaz Llanillo, los que han asentado su presencia después del cruce por los sueños y las pesadillas, como otro desafío a la uniformidad y las malas letras que, a veces, también son una pesadilla.


Entre latidos (2006)

Comentarios de Esther Díaz Llanillo

Feria Internacional del Libro, La Habana, 2006, con motivo de la presentación de su libro Entre latidos.

  Entre latidos contiene 19 cuentos breves. La mayoría de ellos de corte fantástico. Sus personajes: hombres, mujeres, espíritus, seres e insectos, se mueven dentro de una existencia donde se mezclan lo maravilloso, lo parapsicológico, lo onírico, las situaciones limítrofes entre la vida y la muerte, la vigilia y el sueño, lo real y lo metarreal; junto con el absurdo, el humor negro, las atmósferas enrarecidas, el suspenso, y el horror.

  Es un libro que pretende distraer al lector, y al mismo tiempo, especialmente, hacerlo reflexionar sobre la realidad, cuyas apariencias son muchas veces engañosas.

  Espero que lo disfruten.

  Gracias.

***

Enríquez Piñeiro, Anabel. « Entre latidos y el pulso del fantástico cubano». El Cuentero (La Habana) año 1 (03): 61-62, diciembre 2006.

No es la primera vez que reivindico (y tampoco soy la única) que el cuento fantástico, en sus axiomas más o menos estrictos, se ha sostenido en Cuba sobre los hombros de indómitas plumas femeninas.  Ajenas al propósito de componer una literatura feminista, un discurso de género o una parcela exclusiva para catarsis extraliterarias, las autoras que lo cultivan, y hacen citable a Cuba dentro de la literatura hispanoamericana actual, lo han abordado con frescura; repasando los temas frecuentes con visiones criollas e irónicas que lo revitalizan; y manteniendo un discurso directo, pero preciso y eficaz, necesario para el cuento mismo. Desde Gertrudis Gómez de Avellaneda, y su rescate de narraciones marcadas por la leyenda, lo féerico, lo mágico y lo insólito; pasando por Dora Alonso; y llegando a las voces sólidas, aunque intermitentes dentro del género, de María Elena Llana y Gina Picart, lo fantástico ha gozado de una calidad literaria que no ha podido sostenerse en otras formas de literatura fantástica escritas por mujeres en el país. Esther Díaz Llanillo vendría a sumarse a este grupo por derecho incuestionable, porque pocos autores han mantenido, durante los decenios más o menos sombríos para las literaturas en la segunda mitad del siglo XX cubano, una filiación al género fantástico tan constante e irreverente como ella.  Desde su primer libro El Castigo (Ediciones R, 1966), hasta el último, Entre latidos (Ediciones Unión, 2005), su obra no ha escapado de la casa del cuento, que es la casa por antonomasia del fantástico. Pero más allá de lo formal, los libros de Esther siempre han podido ser considerados, aún para los más acérrimos defensores de la abolición de los géneros editoriales, como expresiones de aquello que marcó la mayoría de edad del cuento moderno y de la literatura latinoamericana de los finales de la primera década del siglo pasado: el sentimiento de lo fantástico. Esther juega con las definiciones más allá de prescribirse a conceptos, aún evanescentes y por definir de lo que es el fantástico, suerte de frontera transgredida en cualquier disquisición teórica. Y hace suyo el vasto continente de los más arquetípicos miedos humanos, donde parece estar la fuente inagotable de este tipo de cuentos, y tal vez de toda buena literatura.

“Habito una casa vetusta con inalcanzables techos…”, son las palabras que inician el viaje de Entre latidos. Pareciera que va a ceñirse a aquella caracterización del cuento fantástico donde Cortazar acentúa que la mayoría de las historias se insertan o construyen en torno a una casa, espacio reducido, aparentemente íntimo e intensamente desconocido. Pero no estamos en presencia de una estricta colección de cuentos fantásticos, y aunque las casas siempre están y estarán presentes, Esther se aventura fuera de ellas como también fuera de los supuestos límites del género.

Cuentos de alto contenido onírico, que pueden considerarse anclados en un nivel de realidad real-subjetiva, como “La pista”, “Las voces encadenadas” o el propio cuento que titula el libro “Entre Latidos”, muestran protagonistas que transitan aparentes estados de amnesia demencial, delirium tremens, esquizofrenia, o tal vez, simplemente, yacen atrapados en esa grieta entre lo real y lo irreal, en ese otro lado dentro de uno mismo. ¿Cómo saberlo? Tal vez puestos junto a cuentos de mayor filiación al orden cotidiano de las cosas, estos relatos, como también “Al final”, o “Por curiosidad”, podrían ser tratados como cuentos que abordan la realidad desde la perspectiva de la subjetividad rota y patológica. Al recibirlos dentro de esta colección, entonces, su ambigüedad se engrandece y es difícil no asumirlos como parte del universo ficcional que Esther construye en la brecha imaginativa donde habita el fantástico. Si nos apegamos a las definiciones más estrictas de críticos autorizados contemporáneos, como la mexicana Ana María Morales o el cubano José Miguel Sardiñas, otros títulos de Entre latidos, como “El Lanzamiento”, “Cabeza abajo” y “Confusión”, responden más a los principios del absurdo. “Espíritus”, por otra parte, uno de los más logrados del libro y que deja un regusto sturgeano en el tratamiento de lo paranormal, aderezado por el sincretismo afro-judeo-cardeciano de nuestra mixtura religiosa, (y que ya había explotado en varios relatos de su libro anterior “Cambio de Vida” (Letras Cubanas, 2002)) es desde el título hasta el punto final un cuento de fantasmas; lo cual lo deja también fuera de la más purista definición. Los narradores, por suerte, escriben al margen de las teorías. ¿Es que no hay cuentos realmente fantásticos en Entre latidos, cuentos que se ciñan a esa delgada línea dual donde convergen, entrecruzan y suspenden la realidad y la irrealidad, lo imposible y lo posible, lo natural y sobrenatural, dejando como resultado una vibración de ruptura, de transmutación sutil y perceptible del orden de las cosas, en tono de fatalidad suspendida e inevitable? También, por supuesto: “En el tren”, un cuento que inquieta y sobresalta, con una ambigüedad perfectamente lograda entre lo paranormal, lo fantástico y lo subjetivo, y que nos remite a las mismas paradojas de “La isla del mediodía” de Cortazar. Discute su derecho a insertarse dentro del más estricto concepto del género, otros relatos del libro: “Cleptomanía”, gracias a su bien resuelto giro final, muda grácil del nivel de realidad que traslada al cuento del terreno de lo onírico/subjetivo al fantástico; “Cantando”, sostenido sobre una transición más etérea, y sin embargo, categórica y clara, donde la existencia del hado ineludible de la otra realidad lo torna tan fantástico como hábilmente resuelto. Con este mismo ¿estilo?, ¿recurso? construye “Mariposas”, un cuento sobre transmutaciones. Mientras, “Del otro lado” y “Los visitantes” redundan sobre el architema de las casas, los objetos transitivos (un sillón, la casa misma) y la relación intemporal de la familia.  Hay, no obstante, dos cuentos que resultan para mí difíciles de congregar: “Las hormigas”, cuento con un narrador insecto donde, a pesar del giro “revelador” en la última línea, es el tipo de relatos que ubicaría en el campo de lo maravilloso o la fábula, pero definitivamente no dentro lo fantástico. Y un cuento que se contonea coquetamente entre la ciencia ficción, el absurdo y lo onírico, y que va más allá, como una metáfora de la esperanza humana: “Todo es según del color del cristal…”

El balance temático es realmente variado y aunque Esther, para afrontar el Otro desde el interior humano, traspasa y bordea las innumeras fronteras de esta forma de literatura, estamos ante una colección de cuentos que al coincidir en un mismo cuaderno conforman y estimulan la certeza “un tanto visceral”, de la existencia de lo fantástico, con sus múltiples caras y sus misterios no descifrados, inquietantes ambigüedades y estremecimientos sutiles pero continuos.

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Yáñez, Mirta.   Entre latidosLa Letra del Escriba (Ciudad de La Habana) (47):12-13, enero 2006.

Entre latidos[1]

Atención, lectores, presten siempre especial miramiento a las citas, exergos, homenajes, inscripciones, referencias o cualquier otro subrayado o entrecomillado de texto ajeno que asuma un escritor en su propia obra. Si el escritor es honesto, ahí estará buena parte de sus claves y guiños personales.

 

Casi nunca escribió para el asombro ajeno;
lo hizo porque se sabía habitante de un mundo extraño.[2]

 

Con esta frase de Jorge Luis Borges acerca de Arthur Machen y que sirve de apertura a la última recopilación de cuentos de Esther Díaz Llanillo, Entre latidos, pudiera abrirse también un estudio sobre la propia Esther, una de nuestras cuentistas natas. Yo no sé si la propia Esther confesaría abiertamente que se siente habitante de un mundo extraño, pero sus personajes sí lo son. De hecho, sus cuentos son materiales extraños en el conjunto de nuestra actual narrativa. Y no lo digo tan sólo por sus asuntos de aparecidos y otras fantasías colindantes, sino por su voluntad de estilo y por su persistencia en no dejarse arrastrar por modas pasajeras.

En 1966, Esther Díaz Llanillo publicó su primer libro, el prometedor y desafiante El castigo y después de un lapso de más de treinta años (ella lo llama “sueño” y yo con otro nombre menos eufemístico que prefiero obviar aquí) la autora regresó por sus fueros con extravagantes y extraños textos en tres libros, Cuentos antes y después del sueño (1999), Cambio de vida (2002), y el que ahora acaba de salir de imprenta, Entre latidos. En menos de diez años una obra considerable, pospuesta mas no perdida en el ánima literaria de esta peculiar escritora que no se ha dejado tentar por los temas al uso y se ha mantenido firme en sus esencias. Quizás por apartarse de la norma sus libros han conseguido menciones y no primeros premios, pero la vida nos ha enseñado, al menos, a desconfiar de los “primeros premios”.

Cuando yo leí El castigo, la imaginería de sus historias, su humor, su ironía, su autenticidad, me hicieron pensar entonces que si continuaba escribiendo, sus textos seguirían siendo así. Y no me equivoqué, por suerte. Esa persistencia en el estilo me permite hoy citarme a mi misma en un texto que escribí hace unos años sobre esta autora: “En los cuentos de Esther nos vemos arrastrados a los potenciales horrores bajo los dramas aparentemente triviales de la vida real, la vejez, la soledad, la violencia, la enfermedad, el dolor, el castigo, la pérdida de la identidad, desplazados hacia un mundo irreal en que nos convoca el narrador. Desde los primeros cuentos, hasta los de hoy está la pesadilla, y en los últimos también un humor que unos llaman negro, pero que en todo caso no es el de la carcajada fácil, el del pujo trivial y pasajero a que nos han sometido algunos cuentos y guiones de la actualidad cultural cubana. La sonrisa que provoca Esther es la de dientes apretados y propugnando la reflexión”. [3]

Según nos avisa la nota de contracubierta: “Los cuentos reunidos en el presente volumen constituyen una amena, original y bien lograda exploración por el ámbito de lo fantástico. A través de un lenguaje sencillo, muy preciso y eficaz, Entre latidos nos conduce por los intrincados caminos de lo metarreal, lo parapsicológico, lo onírico, sin excluir elementos característicos, siempre atractivos para innumerables lectores, de la literatura de suspenso y horror.” [4]

Pero no nos llamemos a engaño, nuestra vida cotidiana, la “vidita” de todos los días, está alucinadamente presente en sus cuentos. La diferencia consiste en que esta vida del común ha sufrido una “contaminación” de extrañeza, una decantación por un humor que algunos llamarían negro o de un absurdo que deja de serlo por su llana naturalidad. Siguiendo la tradición de unas huestes cubanas de lo pesadillesco capitaneadas por Ezequiel Vieta y Virgilio Piñera, Esther Díaz Llanillo asume la vertiente tan argentinamente utilizada por Julio Cortázar de hacer realidad los terrores de la neurosis, insistiendo una vez más en la zona intermedia de los vivos y los muertos, de las ambigüedades y trastornos de los que no se habla excepto con el psiquiatra.

            Por cierto, entre paréntesis, no deja todavía de sorprenderme la calidad y abundancia de las escritoras que en los años sesenta abrieron su obra literaria dentro de la tendencia de lo fantástico como Evora Tamayo, María Elena Llana y la propia Esther Díaz Llanillo.

            En Entre latidos el lector se encontrará con las neurosis de sus personajes que le recordarán inevitablemente, las suyas propias, sus fantasmas, sus temores inexplicables. Para ello, en sus narraciones Esther se apropia de viejas historias, esos cuentos de camino o espantos de la niñez como el hoyo que bien cavado atraviesa el planeta y uno puede llegar a la China, o toma al pie de la letra lo metafórico como en la satírica historia del “lanzamiento” de un libro. El dominio del giro sorpresivo, del final inesperado, de la “otra vuelta de tuerca” que requiere a estas alturas tanta fineza (como en el cuento llamado “Cleptomanía”), de la inversión de la realidad e incluso de lo habitual en el género con la presencia de esa inefable ánima en pena, asustada de los “vivos”, y además su graciosa cualidad de que no se trata de un fantasma inglés ni un gótico escapado de un castillo europeo, sino  simple y llanamente de un infeliz fantasma cubano, perturbado en su intimidad, en su espacio, el decursar racional dentro de un ámbito inadecuado con los actuales conocimientos científicos, forman parte del meditado quehacer literario de Esther Díaz Llanillo

            Así, con este borrar las fronteras entre seres vivos, entre hombre, animal o  insecto, Esther nos propone solapadamente una filosofía, una postura ante la realidad. Reflexiones filosóficas, sí, pero en un envoltorio entretenido, fluido, dominado por la técnica narrativa y no a la inversa.

Esther Díaz Llanillo insiste en esas almas que no quieren irse, en esa franja que puede infundir pavor, que sin embargo ella reduce intencionalmente a fantasmas habituales, los que uno se puede encontrar a plena luz del día o, como diría la fascinante Marguerita Yourcenar, en la aparentemente muy normal “iluminación eléctrica a giorno, de la que de antemano sabemos que no favorece a los fantasmas” [5], ese abrir de puertas que dan a otros mundos dentro de la más alta tradición de la literatura, en última instancia la más autentica forma de escribir, incluso la del más recalcitrante realismo: permitir al lector el beneficio de entrar a otro mundo, sea este el que sea.

[1]Entre latidos, Esther Díaz Llanillo, Ediciones Unión, 2005, 107 págs.

[2] Jorge Luis Borges, Prólogo a Arthur Machen, La Pirámide de Fuego. Tomado de Machen, Arthur.  La Pirámide de Fuego / selección y prólogo de Jorge Luis Borges. Madrid, Ediciones Siruela, 1985.

[3] Yáñez, Mirta: “ Cambio de vida y otros fantasmas”, en “La letra del escriba”, marzo–abril 2003, no.25.

[4] Nota de contracubierta a Entre latidos.

[5] Marguerite Yourcenar, “Kabuki, bunraku, nô”, de Una vuelta por mi cárcel, Grupo Santillana de Ediciones, 1999, pag 104.


Los rostros (2009)

Comentarios de Esther Díaz Llanillo

Feria Internacional del Libro, La Habana, el 15 de febrero del 2009, Salón Alejo Carpentier, con motivo de la presentación de su libro Los rostros.

 El libro Los rostros contiene 12 cuentos fantásticos e imaginativos. Los personajes son hombres y mujeres cuyas vidas cotidianas están sometidas a situaciones extremas, donde el mundo de lo real se cruza con el no-real o de la Otredad. Los sueños, el tiempo y la muerte entretejen la trama de estos cuentos, en los que se aúnan el suspenso, el horror y el absurdo.

Un relato breve, muy imaginativo, “Acto de creación”, aparece al inicio del libro a manera introductoria. En otras narraciones, como en “La maceta” y “La pared”, los personajes son acorralados por sus circunstancias. En “La advertencia” y “Los guardianes”, el tiempo maneja a la muerte ya dándole una tregua, ya eternizándose. En otro, “Silvia”, se detiene en una vivencia del pasado. En “Los rostros” y en “Unos regalos especiales”, los sueños elaboran un hilo conductor que envuelve a sus personajes. Hay también relatos que rozan el absurdo, tales son “Autofagia”, “La decisión”, “Un equipo peligroso”, y “Último recurso”.

En todos estos cuentos los personajes han sido guiados hacia un destino  inesperado para ellos y sorpresivo para el lector.

Y hasta aquí el libro Los rostros.

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Nota de contracubierta del libro Los rostros

Anele (editora de Los Rostros)

En Los rostros la autora le imprime a lo fantástico una sensibilidad muy singular, lo parapsicológico se entrelaza con cierta dosis de horror para desarrollar los extraños conflictos de sus personajes. Este libro nos propone excelentes historias, narradas con originalidad, destreza, gran imaginación y un perfecto dominio de la palabra, siempre sencilla, amena y certera, además de cargada de sutilezas que amplían los horizontes de sus significados.

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Los rostros. Radio Progreso, febrero 2009

SON: TEMA FERIA DEL LIBRO

El libro Los rostros de la narradora y ensayista Esther Díaz Llanillo será presentado el 15 de febrero a las 4 de la tarde en la Sala Alejo Carpentier de La Cabaña, dentro de las actividades de la Feria del Libro Cuba 2009 .// En Los rostros la autora le imprime a lo fantástico una sensibilidad muy singular, lo parapsicológico se entrelaza con cierta dosis de horror para desarrollar los extraños conflictos de sus personajes. //

Los rostros nos propone excelentes historias, narradas con originalidad, destreza, gran imaginación y un perfecto dominio de la palabra, siempre sencilla, amena y certera, además de cargada de sutilezas que amplían los horizontes de sus significados.

Esther Díaz Llanillo ha publicado, entre otros libros, sus relatos en El castigo, Cuentos antes y después del sueño, Cambio de vida, Entre latidos, y el más reciente, Los rostros. //Cuentos suyos han aparecido en diversas antologías y revistas, en Cuba y otros países y han sido traducidos al inglés, al danés y al farsi. // En el  2004 le fue conferida la Distinción Por la Cultura Nacional.

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Arnautó Trillo, Anele.  “Los sorprendentes rostros de lo fantástico”.  La Letra del Escriba (Ciudad   de La Habana) (77):14, marzo 2009,

TU TIEMPO Y EL MÍO SON EL MISMO.
                                                                CUIDA EL POEMA,
                                ÉL ES INMORTAL.
Esther Díaz Llanillo

         Doce cuentos contiene el libro Los rostros (Ediciones UNIÓN, 2008), el cual nos propone excelentes historias, narradas con originalidad, destreza, gran imaginación y un perfecto dominio de la palabra, siempre sencilla, amena y certera, además de cargada de sutilezas que amplían los horizontes de sus significados.

        La autora es Esther Díaz Llanillo (La Habana,1934), destacada narradora graduada de Bibliotecaria y Doctora en Filosofía y Letras, quien ya ha publicado El castigo (Ediciones R,1966), Cuentos antes y después del sueño (Letras Cubanas,1999 y 2007), Cambio de vida (Letras Cubanas, 2002), donde se incluyen dos cuadernos de cuentos que obtuvieron Mención en el prestigioso Premio Alejo Carpentier en 1999 y 2000: “Cambio de vida” y “Regresión”; así como Entre latidos (Ediciones UNIÓN, 2005). Además, ha publicado numerosos cuentos en diversas antologías y revistas dentro y fuera de Cuba, y en el 2004 le fue conferida la Distinción Por la Cultura Nacional.

       En Los rostros la autora le imprime a lo fantástico una sensibilidad muy singular, lo parapsicológico se entrelaza con cierta dosis de horror para desarrollar los extraños conflictos de sus personajes.

       El primer cuento es “Acto de Creación”, una pequeña obra maestra nacida de la síntesis y la poesía. También de esmerado aliento lírico es el relato “Los guardianes”, que custodian un mensaje en un arca.

        El segundo cuento se titula “La maceta”, y sobresale por la belleza y exquisitez de su lenguaje, y sus descripciones de flores y paisajes, que no resultan ni agobiantes ni cansonas, sino reveladoras para el lector aguzado, y completamente disfrutables: “Más allá de los muros, en custodia perenne del lujoso artificio de los ramilletes, se adivinaba el desenfrenado follaje de un jardín hirsuto, tentador por su misterio” (pág. 6). Precisamente el misterio que oculta el jardín es el que propicia el sorprendente final.  Y finales inesperados vemos en casi todas las historias de este original cuaderno, donde desde lo cotidiano se puede abrir una brecha a lo inexplicable, tal es el caso de “Un equipo peligroso”, en el que parece que cobrara vida un refrigerador, incapaz de descongelar una vez apagado y que emprende acciones insólitas; también sucede con “Silvia”, cuento que explora la psiquis de un hombre abandonado por su pareja, a la cual logra sustituir a su manera, desde la propia imagen de sus recuerdos.

           Algunos cuentos son especialmente deudores del absurdo, como “La decisión”, que se estructura a partir de los beneficios y daños hiperbolizados que acarrea la necesidad aplazada de un personaje de cambiarle la zapatilla a la pila de agua del fregadero: “Poco a poco la fuerza de sus aguas se volvió caudalosa y generó cascadas (…); se edificaron entonces centrales hidroeléctricas así como represas” (pág.24). Mientras tanto, en “Autofagia” se une el absurdo al terror en la historia de un caminante que se va comiendo así mismo.

         Pero uno de los elementos más sugerentes del libro es el tratamiento de lo parapsicológico, algunas veces relacionado con el anuncio de la muerte, como ocurre en “La advertencia”; otras con el mundo de los sueños, que también anticipan una serie de sucesos de naturaleza fantástica, lo cual se puede encontrar en “Unos regalos especiales”. En otras ocasiones lo parasicológico se verifica en la existencia de una realidad distinta, en forma de universos paralelos, traspasables tan solo por personajes con características muy específicas; por ejemplo, en “La pared”, donde un enfermo psiquiátrico es capaz de trasladarse de un mundo a otro para satisfacer sus necesidades creativas: “Es verdad que a veces estoy triste, y hasta me asalta la idea de la muerte cuando la pared se vuelve sólida y no puedo cruzar. En esos instantes mis personajes me acosan en medio de las sombras nocturnas y no me dejan dormir, sin que yo sepa cómo explicarles que no logro darles vida, que casi no sé cómo ellos son. Momentos terribles en que pierdo la confianza en mí mismo, hasta que la pared un día vuelve a abrirse y me permite pasar” (pág.48).

      Mientras tanto, en “Los rostros” se evidencia también la existencia de dos realidades ―como en “La pared”― pero esta vez ellas no son claramente deslindables. Esta es la historia de un pintor que al atrapar en el papel los rasgos de un semejante, se lleva algo más, por lo que los retratados lo acosan y persiguen en sus sueños: “Esa noche se hundió en un inquieto sueño: ante él desfilaba una muchedumbre de rostros. (…) Como los murmullos de desaprobación continuaban, temió que los rostros pudieran de algún modo apoderarse peligrosamente de éste” (pág.57).

      Dentro de los elementos que se utilizan en estos cuentos fantásticos está la gradual desaparición del protagonista. Aquí tenemos el caso de “Autofagia” y también el de “Último recurso”. En éste último el personaje protagónico va dejando de ver partes de sí mismo, se vuelve poco a poco invisible para su vista, no así para el resto de los personajes, que no observan en él cambio alguno: “Mientras nadaba frenéticamente cortando con su cuerpo las límpidas aguas, sus ojos percibían, a través de ellas y debajo de él, tan solo el blanco lecho arenoso del mar” (pág.36).

        Aquí tenemos un libro heredero de Jorge Luis Borges, de Julio Cortázar, de Eliseo Diego y algunos grandes autores de la narrativa latinoamericana que cultivaron el género fantástico. Esther Díaz Llanillo es un excelente exponente de este tipo de literatura tan poco trabajada en Cuba en la actualidad y a la vez tan valiosa, grata y sugerente. A fin de cuentas, como bien dijo Cortázar:

Tenemos que obligar a la realidad a que responda a nuestros sueños, hay que seguir soñando hasta abolir la falsa frontera entre lo ilusorio y lo tangible, hasta realizarnos y descubrir que el paraíso perdido estaba ahí, a la vuelta de todas las esquinas.


Vendedor de cabezas (2010) 

Libro El vendedor de cabezas

Comentarios de Esther Díaz Llanillo

Feria Internacional del Libro, La Habana, 2010 en La Cabaña con motivo de la presentación de su libro El vendedor de cabezas.

Deseo agradecer a:

Letras Cubanas: Por la publicación de mi libro, con cuya cubierta y edición he quedado muy complacida.

A su editora: Ruby Ruiz Bencomo. Por su minuciosa revisión y acertadas observaciones.

Y a los presentes: Por la amabilidad de acompañarnos en su presentación.

Sobre mi libro El vendedor de cabezas puedo decirles que reúne 18 relatos, en su mayoría fantásticos, alguno de absurdo y otro con un toque de ciencia ficción. En ellos se cruzan los límites entre el mundo real, con sus leyes conocidas, y el de la otredad o no-real, cuyas leyes van más allá del control humano. El ámbito real es invadido por el de los sueños, la muerte, los saltos en el tiempo o la presencia sobresaltante del otro, o sea del doble, quebrando así las apacibles existencias de sus personajes. Y, ¿Quiénes son esos personajes? Pues nada menos que seres humanos comunes, cuya vida cotidiana es interrumpida por la aparición bien de un extraño ser, de una amiga extraterrestre, de espíritus puros y malévolos, de un libro que no quiere abrirse en sueños, de hechos absurdos o de la maravillosa creatividad de la imaginación.

Y hasta aquí un adelanto de mi libro El vendedor de cabezas. Deseo que aquellos que lo lean encuentren en él algún disfrute. Muchas gracias.

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Cardentey Levin, Antonio.  «La fantasía como logos».  La Letra del Escriba (La Habana) (92):12, noviembre­diciembre 2010.

Desde la segunda mitad del pasado siglo, una tendencia en la narrativa hispanoamericana ha sido la presencia recurrente de mujeres que se dedican al llamado género fantástico. Si bien este tipo narrativo ya contaba con brillantes cultivadores de autoría masculina –y desde luego, no solo en nuestro continente-, las décadas posteriores a 1940 conocerían no pocas narradoras que harían del enfrentamiento entre mundos ficcionales divergentes, una zona creativa muy fructífera y meritoria 1. Tanto es así que hoy por hoy algunas de ellas constituyen, sin discusión alguna, paradigmas latinoamericanos en este quehacer. En Cuba se produjo algo similar con la irrupción de varias mujeres en la década de los ´60, cuya escritura todavía sostiene en alguna medida la literatura de fantasía en la actualidad 2. Entre ellas, una autora que ha mantenido una trayectoria sin grandes sobresaltos en ese discurso menos apegado a las leyes de la causalidad “real”, es Esther Díaz Llanillo, quien con su último volumen de relatos, El vendedor de cabezas (Letras Cubanas, 2009), ratifica su vital entrega a la aventura fantástica.

Utilizo aquí el término “fantasía” en un sentido lato, ya que en esa palabra confluyen varias acepciones que abrazan la cuentística de esta autora. En primer lugar, porque Díaz Llanillo demuestra una fertilísima imaginación, la cual brota desde su pureza prístina hasta conjugarse con ciertas preocupaciones existenciales. En segundo lugar, porque regula con acierto distintos niveles de realidad que exploran lo insólito, lo maravilloso, lo absurdo. En tercer lugar, porque apela a un modelo fantástico que no se limita a la complacencia literaria sino que intenta, con mayor o menor éxito, plantearse y cuestionar problemáticas humanas más inmediatas situándose en las fronteras, superando la chatura de lo “real” mediante un mecanismo de distanciamiento para iluminar nuestro ámbito de actuación.

Algunos de sus rasgos escriturales vienen rubricados por la influencia de autores clásicos de la vertiente fantástica (“Estudio de caso” es un cuento de regusto cortazariano y, por ende, deviene homenaje –una de las tipologías de la intertextualidad- al autor de Historias de cronopios y de famas; asimismo, “Tarde en la noche” le debe algo en su composición a “Continuidad de los parques”). Lo absurdo gotea en cuentos como “La espera”, donde Kafka asoma su nariz con frecuencia y Piñera + Eliseo Diego hacen de las suyas en otros. La autora también se vale de procedimientos que invierten la lógica natural del suceder, característica visible en “S.O.S.”, relato que recuerda inmediatamente al Carpentier de “Viaje a la semilla”. No faltan tintes del realismo mágico en el excelente “El vendedor de cabezas”, que sirve de título al libro, y la presentación de climas tenebrosos, deudores en alguna medida de Poe y de la literatura gótica. Estas resonancias permean su estilo y participan en la configuración del tono, la atmósfera y la tesitura de cada cuento.

Prepondera una perspectiva natural y espontánea a la hora de narrar lo extraordinario, de modo que la acción avanza presentando al inicio lo inexplicable como una perturbación, como una descolocación psíquica, fruto de la imaginación, la (auto)sugestión, el agotamiento físico y/o mental, etc., hasta introducir por lo claro el elemento supranatural. Se instaura un diálogo o un contrapunteo, asociaciones o correlaciones, contrastes o identificaciones entre dos o más niveles de realidad, refrendado no pocas veces por el manejo ágil de los espacios narrativos, e incluso por la metaficcionalidad, o sea, la ficcionalización de problemas de la propia creación literaria (la búsqueda del lector ideal en “Amado”). Díaz Llanillo gusta de juguetear con el tiempo mediante diversas anacronías u otras formas de trasmutaciones temporales (entrecruzamientos, inversiones, paralelismos, etc.); rara vez sigue una concepción lineal de la temporalidad.

Otros recursos no menos frecuentes son el uso creativo del dato escondido, muchas veces en hipérbaton para suscitar la sorpresa y efectos semejantes; las construcciones humorísticas de la anécdota, con destellos de ironía que salpimientan el proceso de lectura; la brevedad y economía de recursos expresivos, que a veces atenta contra la articulación sistémica de la trama. En sentido general, la sencillez de las estrategias linguoestilísticas y retóricas preside la factura textual. Todo ello obedece a las expresiones canónicas del relato breve, de ahí que reclamaría más audacia experimental con la malabares de la fabulación.

Ante todo, Díaz Llanillo construye los elementos fantásticos ilimitando las fuerzas volitivas del ser humano, apelando al poder infinito de la imaginación en tanto fórmula curativa, de conciliación con el mundo; de lo contrario, la pérdida de la identidad y la autenticidad desembocaría inevitablemente en el fracaso, la frustración o la inconformidad (“El vendedor de cabezas”). Para esto se apoya en objetos y seres fantásticos (las cajas, el intruso [“la presencia intangible”, “el personaje”], “un extraño ser”, el extraterrestre, desdoblamientos del sujeto (el doble, el otro yo, clonaciones, zoom out o reducción del sujeto, o su prolongación genérica).

En sus libros anteriores ya habíamos distinguido casos de usurpaciones de la identidad  -aquel “cambio de vida” manejado en las religiones de procedencia africana- reencarnaciones de variada catadura, las cuales persisten aquí con otros matices y reelaboraciones. En esta cuerda vale la pena señalar “La cita”, un texto que confirma la fe de la autora en las capacidades internas del ser humano para materializar sus deseos, en este caso se trata de la reconquista de la juventud. Opera una suerte de intercambio etario en el que una anciana y un joven experimentan una especie de viaje (elidido), la una al pasado y el otro al futuro pero superpuestos en el presente, de modo que permutan sus respectivas edades.

Son muy comunes los contactos vida-muerte: la relación epistolar y burlesca entre una muerta y su médium para discurrir sobre la insospechada repercusión de los modelos sociopolíticos contemporáneos en la actualidad, en este caso referida a los media, con sus constructos, procederes, dinámica y miserias (“Anuncios fantasmales”); la visita de un muerto a sus amigos vivos, que subraya el valor de la amistad por encima de los constreñimientos lógico-convencionales (“Primer aniversario”); el alma de un cadáver que se resiste a abandonar el cuerpo hasta tanto este no reciba los rituales funerarios sancionados por la tradición colectiva (“Por la puerta de atrás”); etc.

Otro aspecto distintivo relacionado con lo anterior gira en torno a la dualidad, la ambivalencia enunciativa en función de hacer coexistir mundos, dimensiones, espacios difuminando las fronteras o sugiriendo su falaz existencia. En todos los cuentos se manifiesta una tensión que revalora las dicotomías ser-parecer, lo físico-lo mental, vigilia-sueño, locura-cordura, verdad-sugestión o realidad-imaginación. Así, en “Amado”, por poner un solo ejemplo, la proyección feminista del texto trastrueca la perspectiva de una escritora reducida a su tradicional situación doméstica, atribuyéndosele un carácter ficticio, ilusorio, y eleva a un estatus real, genuino, a su alter ego, la mujer imaginaria, creadora, activa, deseante.

Para esbozar las destilaciones filosóficas de este universo, bastaría mencionar el afrontamiento de la soledad, la enajenación, el vacío existencial, el sinsentido, la inutilidad de individuos atormentados por sí mismos. Se concibe la muerte ya no como anulación sino vía de recuperación transitoria del pasado perdido, un estadio onírico que se conecta con la concepción mitológica de la muerte como hermana del sueño 3: dimensión premonitoria, espacio de múltiples posibilidades, de adquisiciones y revelaciones. Díaz Llanillo establece puentes con Freud, ya no solo por la figuración onírica de las anécdotas sino también por la presencia continua de lo siniestro ( Das Unheimliche), esa entidad cuyos caracteres acechan a los personajes provocándoles sensaciones de terror, consternación, miedo.

A la autora le obsesiona discursar sobre lo uno y el otro, la mismidad y la otredad, problemas que desautomatiza para estipular una mayor autoconciencia, ese autoconocimiento que fortalece al individuo a la hora de solucionar sus conflictos más consustanciales: el sentido de la vida, la capacidad para encauzar un destino propio, para hallar salidas ante las circunstancias más opresivas, etc. No en balde una marca paratextual inaugura este conjunto de relatos, la cita borgeana que bien podría ofrecer una de las claves de la obra de Esther Díaz Llanillo: “Sé que en la sombra hay Otro, cuya suerte es fatigar las largas soledades”.

1 Sería muy interesante, sobre todo para el debate feminista, analizar algunas ideas que podrían desprenderse de este fenómeno, como las posibles conexiones entre experiencia femenina y “literatura no realista” en tanto consecuencia de la potenciación efectiva de los roles de género, al punto de que no pocas escritoras se decanten por recrear mundos imaginarios, fantásticos, que las alejen de las contextos históricos en que se inscriben.

2 Para ampliar y profundizar sobre el tema, confróntese los excelentes libros del investigador y profesor José Miguel Sardinas: Relatos fantásticos hispanoamericanos (Casa de las Américas, 2003) y Teorías hispanoamericanas de la literatura fantástica (Casa de las Américas, 2007).

3 En Homero la muerte aparece como la hermana, incluso la hermana gemela, del sueño. En Hesíodo ambas coexisten en un palacio a la entrada del mundo de los muertos.